“El jefe” de Milei
- Ivette Del Río
- hace 6 días
- 3 Min. de lectura
Columna: Casi todo es otra cosa
Entonces, ¿qué tan indispensable es Karina en el proyecto libertario? ¿Es realmente la dupla ganadora, o más bien Milei ha sido la herramienta carismática que le faltaba a Karina para ostentar el poder?

En la Argentina de Javier Milei, donde el discurso público presume ser la bandera de la pureza política, el verdadero poder parece operar con otra lógica. No siempre está en el atril presidencial ni en las cadenas nacionales, sino en las manos de su hermana Karina Milei, apodada sin ironía “el jefe”. Que se la nombre en masculino no es un detalle menor: es la confirmación de que, para el oficialismo y gran parte de la opinión pública, la autoridad femenina necesita disfrazarse de otra cosa para ser reconocida.
Karina Milei, secretaria general de la Presidencia, pasó de vender pasteles en Instagram a convertirse en la figura más influyente del gobierno argentino. Pero su ascenso no fue solo acompañar a su hermano: fue dirigir, negociar, decidir. Mientras Milei enarbola discursos incendiarios contra la “casta” y se concentra en la economía, es Karina quien define listas, aprueba citas, filtra audios estratégicos, negocia con opositores y, en más de una ocasión, ejerce funciones que superan con creces a las de una primera dama simbólica: se sienta en la mesa grande, incluso al lado de Trump o Musk, proyectando una influencia que ningún cargo oficial explica del todo.
Entonces, ¿qué tan indispensable es Karina en el proyecto libertario? ¿Es realmente la dupla ganadora, o más bien Milei ha sido la herramienta carismática que le faltaba a Karina para ostentar el poder?
Las recientes acusaciones en su contra por presuntos sobornos con laboratorios pusieron en jaque la narrativa de un gobierno anticorrupción. Una encuesta de Synopsis reveló que seis de cada diez argentinos creen que debería renunciar. Aun así, Milei defendió públicamente que “Karina es más importante que yo”. Si esa frase era un guiño de hermandad o la confesión de un poder paralelo, cada quien lo interpreta a su manera. Lo cierto es que el capital político del presidente hoy está atado al destino de su hermana.
Para algunos, Karina representa la guardiana indispensable del proyecto. Para otros, un poder excesivo que se ejerce sin rendición de cuentas. ¿Qué significa para la democracia argentina que una figura no electa tenga la capacidad de decidir quién se sienta frente al presidente o qué negociación avanza en el Congreso?
En este punto, la contradicción es evidente: un gobierno que se autoproclama libertario y “anti-élite” termina consolidando un modelo profundamente familiar y patrimonialista. Y, en esa tensión, Karina aparece como un espejo incómodo: la mujer que acumula poder en un país donde la política aún rehúye aceptar liderazgos femeninos con nombre propio.
Ella, consciente del peso de los prejuicios, juega con la invisibilidad y con la sombra. Prefiere ser llamada “el jefe” antes que “la jefa”, porque sabe que en la política argentina ser mujer al frente todavía es sinónimo de intrusa. Y sin embargo, en esa contradicción, logra lo que muchas no: sostener las riendas de un país desde un escritorio que oficialmente no le pertenece.
¿Hasta dónde puede durar esta dupla en la que él pone el carisma y ella la estrategia? ¿Quién gobierna realmente en Argentina: Javier Milei, presidente electo, o Karina, la hermana que define cada movimiento? En política, las apariencias suelen engañar. Y en este caso, lo que parece un liderazgo personalista puede ser, en realidad, el guion cuidadosamente escrito por alguien más.
“El jefe” de Milei no es accidente ni anécdota familiar: es el recordatorio de que casi todo es otra cosa.
Las opiniones expresadas en esta columna son exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente la postura de Tinta Negra.