Opinión | La Cocina / Gladiador II
- Josué Cinéfago
- 17 nov 2024
- 4 Min. de lectura
Gladiador II
El Plato Fuerte
El director mexicano Alonso Ruizpalacios retoma la obra de teatro que lo ha acompañado toda su vida, The Kitchen (1957) de Arnold Wesker, para llevarla al cine y convertirla en una Torre de Babel...
Desazón a la carta. Viernes en The Grill, restaurante de Times Square en Nueva York. Faltan 800 dólares y Pedro (estridente Raúl Briones) junto con sus compañeros indocumentados de cocina, son sospechosos; mientras Julia (sutil Rooney Mara) busca tener un aborto, algo que altera a Pedro quien se empecinará en tratar de detener la cadena de trabajo.

El director mexicano Alonso Ruizpalacios retoma la obra de teatro que lo ha acompañado toda su vida, The Kitchen (1957) de Arnold Wesker, para llevarla al cine y convertirla en una Torre de Babel en la que migrantes, sobre todo latinos, usan las bromas y el juego de palabras para sobrellevar su condición ilegal y su larga jornada laboral, casi su único contacto humano, donde las jerarquías y roles se han ganado en años, generando una dinámica a veces tensa (como el amor) entre pedir y dar, y donde pese a tener trabajo y comida, el sueño americano parece difuso, y se va tornando poco a poco en una pesadilla, de muchos años.
Con una fotografía en blanco y negro, planos secuencia inmersivos e impecables (que recuerdan a Birdman, 2014), una acción dramática pulcra y orgánicamente coreografiada hacia el caos (como Hierve, 2021), y un humor sabor acre áspero, La Cocina reta al espectador, pues como Estela (enfática Ana Díaz), nos adentramos a las entrañas casi desconocidas de un oficio en donde lo personal y lo profesional se desbordan como refresco Cherry Coke de máquina, donde las 2 horas de la película se sienten tan largas como una jornada de trabajo, y donde la tranquilidad de la clase media comensal, ni sospecha ni le importa el “cochambre” que puede haber detrás de lo que come.

No, hasta que un tal Pedro decide explotar como olla de presión, de la que desborda un aire de odio iracundo, de la que emana una rabia frenética, de la que exhala una asfixiante frustración de no poder ser el hombre que quiere para poder amar a la mujer que busca, de no poder ser el padre que no tuvo para el hijo que no fue. Pedro, un simple engranaje humano en una maquila capitalista que sirve ‘pollo de mar’. Un hombre que detiene a puro puño humano la pequeña máquina de trabajo. Un cocinero en esta barra llamada vida, donde la existencia es (c)ruda.
Se puede ver en Cinépolis.
El Postre
Roma sigue desplegando su poder y Ridley Scott su grandilocuencia visual.
Venganza a la romana. Años después de la muerte de Máximo Décimo Meridio, el Imperio Romano sigue su conquista en manos del general Marcus Acasius (potente Pedro Pascal), al servicio de los corruptos emperadores Geta y Caracalla. Un tal Hanno, que resulta ser Lucio (impertérrito Paul Mescal) hijo de Lucila (mayestática Connie Nielsen), y por tanto heredero al trono, pasará de ser un prisionero de guerra, a un gladiador capaz de devolverle la gloria a Roma. Como su papá, Máximo.

La película arranca bien: por medio de créditos con animación repasa lo que vimos en Gladiador (2000), para en seguida conquistarnos con 15 minutos de batalla épica en la que Roma sigue desplegando su poder y Ridley Scott su grandilocuencia visual. De ahí en adelante, todo es un camino ya recorrido: a nuestro protagonista le matan a su esposa quien la esperará en el otro mundo, es hecho prisionero y destacará por su gran capacidad de pelear, consigue un mecenas, se gana al público, y mientras más se acerca a su venganza, se revela su verdadera identidad, lo que pondrá a prueba la fidelidad de las tropas romanas, para derrocar o no la corrupción e instaurar lo que fue alguna vez el sueño de Marco Aurelio.
A Scott no le importa repetir la fórmula sino agregar cosas al recorrido, por lo que en el camino nuestro héroe peleará no sólo contra y a lado de otros gladiadores, sino también contra mandriles salvajes, un colosal rinoceronte, y si no fuera poco, en medio de hambrientos tiburones; esto a veces con mediocres o risorios efectos visuales. Lucio (bello Paul Mezcal) no es completamente atlético y su condición física parece no mermar dentro y fuera del Coliseo (ok), y en lo emocional enfrentará la batalla del reencuentro con su madre, a quien guarda rencor por haberlo abandonado y por ser ahora la compañera de quien mató a su esposa. Aún así, su actuación es sólo la necesaria.

Así pues, portando la armadura de su padre con Argento y Scarto, Hanno-Lucio enfrenta a Marcus y este a la inevitable verdad de su fin. Lástima porque es un personaje que tenía un gran conflicto y gran presencia en pantalla, misma que se apaga muy pronto dando paso a todo el histrionismo de Denzel Washington en la piel de Macrinus, quien se roba todas las escenas en la que aparece y casi casi el trono de la antigua Roma. Ya tocará al espectador averiguar si esto pasa, no sin antes sorprenderse con alguna que otra escena gráficamente sangrienta, pues sólo así como se erigen y caen imperios (cinematográficos).
P.D. No son necesarios los kleenex.
Se puede ver en Cinépolis y Cinemex.
Josué Cinéfago
El que tiene el hábito de comer y devorar cine. Espectador que practica la crítica de cine desde 2017. ‘Hasta no ver no creer’.

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